Existen una serie de nutrientes que tienen relación con el aprendizaje.
Muchos de ellos son precursores de proteínas que están implicadas en multitud de procesos a nivel cerebral. Regulan la capacidad de atención, de ejecución, etc.
Uno de los más importantes es el hierro.
El hierro es un precursor de la dopamina, que es una neurotransmisor cerebral implicado en las vías que regulan la capacidad de atención. El déficit de hierro se ha relacionado tradicionalmente con problemas atencionales que pueden tener su repercusión en el ámbito del aprendizaje. Tener unos adecuados niveles de hierro también influye en el descanso nocturno. La ferropenia (hierro bajo) puede predisponer al síndrome de piernas inquietas (SPI). Cursa con dolores en las piernas a última hora del día, con necesidad de moverlas continuamente para evitar esa sensación. Lo que antes se llamaban “dolores del crecimiento” ahora se sabe que pueden ser un síntoma de tener ferropenia.
Para valorar el hierro siempre nos fijaremos en las “reservas” que tiene nuestro organismo. En un análisis de sangre, este parámetro se denomina “ferritina”. Nos interesa que los niveles de ferritina estén por encima de 30-50 mg/dl en este grupo de pacientes. ¿De donde obtenemos el hierro? Principalmente carne y verduras, aunque es muy frecuente que tengamos que administrar suplementos de hierro en algún momento durante la edad pediátrica.
La rama de la medicina encaminada a detectar y corregir deficiencias nutricionales en el organismo se denomina “nutracéutica”. Aunque muchas de estas intervenciones no requieran “receta” siempre debe ser un profesional médico el que las indique, después de una completa valoración del paciente, con estudios analíticos para reforzar el diagnóstico y el tratamiento si es necesario. Siempre hay que apoyarse en profesionales cualificados que sirvan de guía.
¿Cómo sabemos si un niño tiene problemas de atención?
A través de valoraciones neuropsicológicas regladas. En nuestra clínica utilizamos un test llamado MOXO ADHD Analytics, que nos permite cuantificar de manera objetiva parámetros como la capacidad de atención, el “timing” a la hora de ejecutar tareas, la impulsividad o el exceso de reactividad ante estímulos. El hecho de tener datos estadísticos objetivos nos permite también monitorizar el grado de eficacia de los tratamientos.
Aquí te contamos en que consiste nuestra valoración integral de problemas de aprendizaje.
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