Estamos asistiendo en los últimos años a un aumento exponencial de las consultas médicas por cefaleas en niños. La alimentación, el estrés al que están sometidos, el uso de pantallas electrónicas, los problemas de sueño… pueden contribuir a explicar este aumento.
Es conveniente identificar el tipo de cefalea que presenta el paciente, para valorar que pruebas complementarias es necesario practicar, y que plan de tratamiento podemos plantear para mejorar la calidad de vida del niño y de su familia.
Los dos tipos de cefalea más frecuentes en niños son la cefalea tensional y la migraña. Pero… ¿no es la migraña una enfermedad “de mayores? Pues no.
Las migrañas se caracterizan por un dolor muy intenso de cabeza, generalmente de tipo pulsátil (esto es: como si “latiese” el corazón dentro de la cabeza). Pueden durar desde varias horas a varios días, y típicamente a los niños les molesta mucho la luz y el ruido. También es frecuente que asocien malestar abdominal y náuseas.
Las migrañas suelen ser muy incapacitantes, ya que el dolor es tan intenso que limita las actividades diarias.
Una vez realizado el diagnóstico, el abordaje intenta mejorar dos aspectos para minimizar el impacto negativo que pueda tener en la vida del niño:
- Disminuir la frecuencia de los episodios. Si la frecuencia de los episodios es elevada, y el niño no puede acudir al colegio por culpa de los dolores de cabeza, utilizaremos fármacos preventivos. Esto es: tomará todos los días un medicamento para prevenir que aparezca la migraña.
- Disminuir la intensidad de los episodios. En algunos casos, los analgésicos habituales (paracetamol, ibuprofeno…) pueden no ser eficaces para controlar el dolor. En este caso utilizaremos fármacos de “rescate” para intentar controlar el episodio en el menor tiempo posible.
La migraña es una condición que no tiene cura, pero con una adecuada valoración y seguimiento, se puede minimizar su impacto negativo y mejorar la calidad de vida de los pacientes.
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